Yo caminaba
y el perfume de su sombra me alineaba el paso
hablo
y en el cuenco de mi voz
su palabra es un eco
todavía
lo que acompaña en el dolor la pena
lo que sana enseñaba
una mirada y
compasión en la palma de la mano
cuando vino desde lejos
había curtido todos los zapatos
de Nueva York hasta la selva
y vuelta a su ciudad Rosario
fue llegar y entre nosotros
encaramarse en voz baja para ser maestro
por el bien de lo que carecíamos
apartó tan suavemente biología y química
y de pie junto a las camas donde el dolor traspasa
con francos ojos buenos preguntaba
¿cómo está usted esta mañana Rosa?
¿ya desayunó Francisco?
¿tiene mejoría su padecer profundo?
¿pudo saciar su hambre con el aire de la noche?
Mi gratitud promueve su recuerdo
El oro que heredamos debe ser repartido
a otras piadosas manos.