Lo pardo del mundo, su escozor de frío
se anunció sin palabras
en cada costado
un agrisado feroz cubrió lo verde
acongojó malvones y desarmó durantas
lo helado en el rocío volvió marchita
y turbia cada brizna
Sobrevive la savia en el jazmín, retraído
en su propia dureza, aletargado.
El ceibo es un soliloquio de cáscaras
el estanque una turbia coordenada.
El gato escarba la hojarasca marrón
como si hallara su olvido.
El sonido de la claridad apagó sus tormentas
en el patio, en el barrio, en este lado del alma
Hacia acá del vidrio hay una extraña luz
un puñado de flores sacude
la ventana,
transpira lo que no se muere.
Hay frutos afuera, apenas naciendo:
endulzarán la boca que espera y
aunque cueste pensarlo
la palabra es “esperanza”.