Algunos restos de comida quedaron en el plato. Un poco de cerveza seguía fresca aún en la botella. Se miraron. Ella extendió la mano. Dame le dijo. Él le entregó los gruesos anteojos. Ella los bañó con un poco de su aliento y los frotó con un papelito delicado. Él veía la penumbra, los límites imprecisos de esa mujer con quien por treinta años limpiaban o ensuciaban juntos. Manchaban y limpiaban, soplaban su aliento sobre las personas y las cosas, y las frotaban hasta que estuvieran vivas, limpias, útiles. Por detrás de su imagen borrosa todo era difuso, de bordes peludos para sus ojos sin ayuda. Tomá le dijo, y le entregó los anteojos impecables. Él se los puso y la vio, agradecido. Ahora sí dijeron, los dos conocían el método. Y liquidaron lo que quedaba de cerveza.
miércoles, 3 de septiembre de 2014
Ahora sí
Pintura: Fernando Botero.
Algunos restos de comida quedaron en el plato. Un poco de cerveza seguía fresca aún en la botella. Se miraron. Ella extendió la mano. Dame le dijo. Él le entregó los gruesos anteojos. Ella los bañó con un poco de su aliento y los frotó con un papelito delicado. Él veía la penumbra, los límites imprecisos de esa mujer con quien por treinta años limpiaban o ensuciaban juntos. Manchaban y limpiaban, soplaban su aliento sobre las personas y las cosas, y las frotaban hasta que estuvieran vivas, limpias, útiles. Por detrás de su imagen borrosa todo era difuso, de bordes peludos para sus ojos sin ayuda. Tomá le dijo, y le entregó los anteojos impecables. Él se los puso y la vio, agradecido. Ahora sí dijeron, los dos conocían el método. Y liquidaron lo que quedaba de cerveza.
Algunos restos de comida quedaron en el plato. Un poco de cerveza seguía fresca aún en la botella. Se miraron. Ella extendió la mano. Dame le dijo. Él le entregó los gruesos anteojos. Ella los bañó con un poco de su aliento y los frotó con un papelito delicado. Él veía la penumbra, los límites imprecisos de esa mujer con quien por treinta años limpiaban o ensuciaban juntos. Manchaban y limpiaban, soplaban su aliento sobre las personas y las cosas, y las frotaban hasta que estuvieran vivas, limpias, útiles. Por detrás de su imagen borrosa todo era difuso, de bordes peludos para sus ojos sin ayuda. Tomá le dijo, y le entregó los anteojos impecables. Él se los puso y la vio, agradecido. Ahora sí dijeron, los dos conocían el método. Y liquidaron lo que quedaba de cerveza.
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