ENTONCES....

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JARDINES

viernes, 17 de septiembre de 2010

PRESENTACIÓN DEL LIBRO HUELLAS - Coordinado y dirigido por María del Carmen Sillato


PRESENTACIÓN DEL LIBRO ¨HUELLAS¨
Coordinado, prologado y dirigido por María del Carmen Sillato
Testimonios de ex detenidos políticos durante la dictadura militar. De cómo la comunicación, la lectura, la literatura, obraron como salvavidas.
PRESENTADO EN LA BIBLIOTECA POPULAR JOSÉ HERNÁNDEZ DE LAS PAREJAS
el 2 de Mayo de 2008
María del Carmen me honró invitándome a presentarlo


¿Qué clase de nostalgia es esta que cuando la busco en mi libreta no existe esa vida en mi recuerdo?
¿Qué clase de nostalgia es esta que montándome en pasado y galopando hacia atrás, no encuentro surco ni huella?
¿Qué clase de nostalgia es esta que me trajiste poeta?
¿Qué clase de nostalgia es esta que ni nostalgia es?
Milu Villalba


María del Carmen Sillato me ha invitado a presentar su libro. María del Carmen me ha honrado, con una generosidad que siempre me conmueve y nunca me sorprende.

María del Carmen me ha invitado a presentar un libro que se llama Huellas, y tengo para mí, como siempre, infinidad de preguntas entremezcladas con algunas pocas respuestas.

¿Estas, son las huellas de un tiempo que algunos recordamos, otros desconocen y otros más pretenden nunca haber oído mencionar?

Son huellas impresas en un libro. ¿Diferente o parecido a los libros que leí en mi adolescencia, sentado en el umbral del almacén, mientras otros libros eran quemados en hogueras que recordaban los procedimientos de los nazis? ¿Diferente o parecido a los libros que la abuela quemó en el patio de la casa por miedo cuando en el 76 un terror subterráneo comenzaba a socavar las entrañas del pueblo todo, atemorizando silenciosa y eficazmente a todos y cada uno, tuvieran o no militancia política?

Estas son las Huellas de un grupo de mujeres y hombres que cruzaron los abismos, conocieron el infierno, y volvieron para contarlo. ¿No parece este el anuncio de una película de terror? Sin embargo es real, y ocurrió a personas que han decidido traspasar su propio dolor, algodonar la pena un poco, hacer más bella la tristeza, y contar… Contar a otros lo sucedido. ¿No es poca cosa la palabra “sucedido”?
Estas mujeres y hombres ¿No están intentando lo imposible? Se define como “ignominia” aquel sentimiento que no se puede nombrar, para el cual no hay palabras que alcancen para describirlo. Estos hechos, ¿No son una ignominia? Entonces ¿Están intentando nombrar lo que no se puede explicar con palabras? ¿Y cómo podrían hacerlo con un libro? Y sin embargo lo intentan.

Y en esos días, cuando a Juan o María los secuestraban, golpeaban, torturaban, y rebajaban a la última condición humana, ¿dónde estaba yo? ¿En qué clase de la escuela? ¿Preparando alegre el viaje a Bariloche? ¿Enamorándome por primera vez? ¿Qué sentía? ¿La misma pasión, el amor, que sentían aquellos que estaban siendo separados de la persona amada, desaparecidos de su mundo de utopía y sueños? ¿Y el terror diseminado por los militares en el poder, no era el mismo terror que ejercían los grupos paramilitares cercanos al gobierno de Isabel, desde mucho antes de marzo del 76?

¿Y cuando hablamos de tantas personas que fueron sometidas a esto que intentamos y que no se logra nombrar, y que sobrevivieron para contarlo, pensamos también en los 30.000 que no están? ¿Que desaparecieron? ¿Y esa categoría de lo inhumano, desaparecido, que no quiere decir fallecido, porque no hay huesos, esa categoría, entonces, qué quiere decir? ¿Es que 30 años después, llegamos a comprender la magnitud del espanto? ¿Y nuestros hijos, y nuestros vecinos, que han nacido en democracia, y que pueden leer versos de Gelman, o escuchar canciones de Mercedes Sosa, o Silvio Rodríguez, o Víctor Jara, o leer poemas de Miguel Hernández o escuchar a Zitarrosa o a quienes quieran, nuestros hijos, nuestros vecinos, digo, saben que hubo un tiempo de total oscuridad, donde unos pocos decidían lo que podíamos leer o escuchar? ¿Nuestros hijos, nuestros vecinos, saben que si la historia no se conoce se repite inevitablemente?
Entonces tenemos este libro: ¿Desde qué altura nos pararemos a enfrentar el relato del que ha sufrido tanto? ¿Desde qué estructura moral podremos soportar la pena de los otros, narrada por ellos mismos? ¿Y si no es ficción, ni siquiera es crónica histórica hecha por historiadores, sino relatada por las propias almas que esto padecieron, cómo escribieron, desde dónde, hacia qué lugar de la historia?

Tengo ganas ahora de recordarles que esta biblioteca tiene en su historia un símbolo, involuntario, es cierto, pero significativo. Esta biblioteca fue aceptada por Fiscalía de Estado de la provincia, como institución, reconocida quiero decir, el 23 de marzo del 76.

Y cuando yo leía en el 76 la poesía de Juanele Ortiz, en esta biblioteca, y después compartía las horas largas con amigos, buscándole un sentido a la vida, otras personas estaban siendo tomadas por la mano del terror, la mano que decidía la vida o la muerte, la esclavitud, el sufrimiento, suprimiendo sus derechos humanos más elementales, aislándolos de sus familias, de la sociedad, aislándolos entre ellos, encerrándolos en sí mismos y empujándolos a quién sabe que oscuridades del alma que la mayoría de nosotros no hemos transitado nunca.

¿Y sabemos, nosotros, ajenos a esos sufrimientos, que este accionar criminal por parte del estado argentino, encabezado por los militares, fue el instrumento, el medio, para instalar un sistema económico conveniente a los deseos del imperio? ¿Conocemos, como opina James Petras, que la instauración simultánea en toda América Latina de sangrientas dictaduras, que fueron sucedidas luego por gobiernos que mantuvieron una triste relación de entrega y traición, coincidiendo también en toda América, beneficiando siempre a los intereses del imperio, estuvo planeado y articulado desde el norte?

¿En qué vértigo latía el corazón de la madre, que en cautiverio, prisionera de todas las cárceles, añoraba el cuerpito de su hija separada de su alma, de su cuerpo, de su vida? ¿Cuánto medía su desolación? ¿El desamparo, era mensurable? ¿Y el familiar ausente, ausente de sí mismo, ausente del ser amado, clausurado detrás de muros irrompibles, hediondos, innombrables? ¿La madre del prisionero, que no lo reconoció en su desamparo en la primera visita, flaquísimo de cuerpo y alma, pelado, vacío de las emociones que supo conseguir, cuando pasó delante y no lo conoció, a dónde iba, qué se quedó pensando?

¿Y el carcelero? El que robó. Los que robaron, se apropiaron, de niños, y robándolos robaron su identidad, su historia, su pertenencia. Robándolos negaron la existencia del semejante. Negándolos, no los reconocieron. Los borraron, los desaparecieron, los arrojaron a la nada, al vacío, al silencio. O eso al menos pretendieron. ¿Y el que ordenó? ¿El que decidió el secuestro, la abducción de las personas hacia un oscuro pozo de silencio? ¿El que ideó las torturas y la muerte, la asfixia y el derrumbe? No es justo, queridos, no es justo. No pagaron. No cumplieron. Otros escondidos en la luz de una presunta democracia, decidieron que no pagaran. Otros decidieron que los que robaron, asesinaron y ocultaron, fueran perdonados. Y le pusieron punto final a la justicia, y obedecieron debidamente a la mentira y la traición.
¿Se puede construir una patria en base a la injusticia? ¿Se puede edificar una nación sobre la impunidad y la mentira?
¿Saben esto nuestros hijos y nuestros vecinos? ¿Se repite en las escuelas? ¿Se habló lo suficiente en las mesas familiares? ¿Seremos claros, luminosos algún día para no repetir estas crueldades?

Algo habrán hecho. Por algo será. Ya ves, a mí no me llevaron.

Unas frases que se atribuyen a Bertold Brech y que parecen pertenecer al pastor protestante Martin Niemoller dicen:
“Primero se llevaron a los comunistas
pero a mí no me importó
porque yo no era.
En seguida se llevaron a unos obreros
pero a mí no me importó
porque yo tampoco era.
Después detuvieron a los sindicalistas
pero a mí no me importó
porque yo no soy sindicalista.
Luego apresaron a unos curas
pero como yo no soy religioso
tampoco me importó.
Ahora me llevan a mí
pero ya es tarde.”
¿Y estas mujeres, y estos hombres, que han narrado su propio infierno, sienten que están recuperando la memoria de los que no pudieron contar? ¿Los miles que no están, que no volvieron, están? ¿Vive Massera? ¿Sabrá que su frase ¨por tres generaciones no habrá pensamiento político en la Argentina¨ es negada por la resistencia de las Madres, de las Abuelas, de los Hijos? ¿Sabrán los genocidas que aquí y allá hay hombres y mujeres dispuestos a no cesar en su impulso de recordar, de contar, de dar su testimonio, como se ha hecho en este libro?

María del Carmen contó su propia historia, sus Diálogos de amor contra el silencio. Generosamente abrió sobre la mesa su abanico. Desarmó el ramo de rosas de su alma y lo expuso y lo repartió a otras y otros que igualmente han sufrido. Les dio la palabra. Los anuncia. Los presenta. Y esos otros están, resistiendo, contando, narrando su propio dolor para que otros no, para que no vuelva, para que Nunca más.

2 comentarios:

  1. Con cuatro años, caminaba, gateaba sin saberlo entre los torturadores y los torturados.
    Mudos, al menos para mi, en ese momento de mi infancia nueva, llegaron los coletazos de losucedido los fantasmas el aliento el sudorviolentado masacrado callado hasta estos dias en que somosestoquequiere ser. Me pregunte sin saberlo donde estaba n, eso que notabaausente esosquenoestan, esosquefaltaban.
    Me llevo tiempo sentir el peso de los ausentes sobre este aire estos cuerpos estos paisajes que hubiera sido que hubieramos sido.
    Nunca más.

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  2. Eramos adolescentes curiosos, deseosos de conocer, de saber y el miedo se respiraba en las miradas de nuestros adultos, padres, profesores nos lo transmitìan con la misma fuerza que nos fue paralizando. No preguntes, no leas esos libros, quièn te los dio. No podìamos ir a bailar sin llevar el miedo con nosotros.Los camiones del ejèrcito que rodeaban la cuadra y buscaban y se llevaban a nuestros vecinos, "algo habrà hecho".
    Nuestra escuela que se llenò de profesores universitarios, viajaban a los pueblos porque eran amenazados en Rosario.
    Nuestros cantantes desaparecieron de la radio, mi madre ya no ponìa la mùsica que le gustaba a alto volùmen ...enajenaron nuestra curiosidad, nuestros sueños. Por cuànto tiempo màs durò la desconfianza por la participaciòn? Tantos, aùn participando el miedo permanecìa, no nos abandonaba.
    No termina ahì el horror, seguimos buscando hoy los hijos de los desaparecidos. Vidas sin respuestas, huèrfanas de historia, perdidos en un mar de confusiones aùn cuando recuperan su identidad. Hermanos en Còrdoba otros en Santa Fe, abuelos en Buenos Aires.
    Juntemos los pedazos y armemos nuestra historia, la mia, la tuya, la de todos. No olvidemos.

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