lunes, 26 de julio de 2010
GRATITUD DEL FUEYE
Foto: Leticia Fraguela
Al Maestro Antonio Calafat
En una silla entristecida en noches,
donde los años se entreveran,
la memoria del hombre no es silencio
ni letanía feroz que aprieta el tiempo.
Permanece,
sentado sí, no inmóvil,
un tipo flaco que agita los dedos.,
un viejo titiritero al que el oficio
le vino de la infancia y lo empujó en los días,
lejos de la incierta Buenosaires
del bodegón oscuro y el cabaret brillante,
Más acá de las noches de champán y sueños
el flaco pulsa un bandoneón sin cielo,
para un sonido que es de todos
y no cede espacio ni temor,
y no rinde su aliento.
Supo enhebrar aplausos y emociones
en los pliegues de su fueye compañero
y habrá sido entre compases una guía ,
un hilo conductor,
un tío bueno.
Los músicos que asisten a su empeño
respetuosamente blancos caminan idéntico sendero
y el arroyo de su música convierte
este desierto en nido,
esta sed de merecernos otro encuentro,
su música, sin pretenderlo nos entrega
un estar seguros de que somos buenos
Acorde tras acorde, el tiempo se desinfla,
y el maestro toma impulso, junta las milagrosas manos,
y en el bailar de sus dedos nacen tangos
como inocentes niños, a la intemperie del deseo.
Esta hora de escuchar es un buen tiempo
es hora de que habite en el oído
la prontitud vital del sentimiento,
donde los fueyes vuelen corazones como puentes
y nuestra emoción se encuentre en otro pecho.
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